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Después de los 30, por Helena Fadul

Después de los 30, por Helena Fadul


Más que moda, vestirse es un acto de reconciliación.


Un día cualquiera, frente al espejo, el cuerpo dejó de responder como antes. No fue súbito ni trágico, fue sutil: el pantalón que ya no sube, el sostén que aprieta distinto, las blusas que ya no me representan… Y con eso, una pregunta que muchas no decimos en voz alta: ¿cómo me visto ahora que no soy la de antes? En ese momento —inesperado y silencioso— no reconocí mi reflejo.

Pero no fue precisamente después de una dieta, ni al subir de peso, ni al cumplir años, como muchos pensarían; fue en ese instante en el que otros tiraron la mordaza, desde la inseguridad propia, hacia un nuevo cuerpo que creaba vida. Me vi al espejo, silencié las voces y entendí al final que este momento era todo lo que había deseado.

Entre los 29 y los 40 años, muchas mujeres comenzamos a enfrentarnos con una realidad para la que no nos prepararon: el cuerpo cambia — por decisiones, por procesos, por la vida misma— y nadie nos enseñó a habitarlo sin incomodidad, sin culpa, sin el deseo de volver a una versión anterior. En la maternidad, el posparto, la pérdida de peso, el aumento de talla, los tratamientos hormonales o simplemente el paso del tiempo resalta una narrativa que nos persigue: “recupérate”.

Como si la única opción válida fuera regresar al cuerpo de los veintitantos. ¿Pero qué pasa cuando ya no queremos —o no podemos— volver? ¿Qué sucede cuando el cuerpo cambia, pero el discurso no lo acompaña? La moda habla en tallas, temporadas y tendencias, pero muchas veces calla en los pasillos íntimos de lo que significa vestir un cuerpo que ya no se ajusta a lo conocido. ¿Dónde queda el estilo cuando el espejo nos incomoda?

Durante años, nos dijeron que el estilo era la forma más elegante de decir quién eres sin hablar —incluso yo lo repito constantemente—. Pero nadie nos enseñó a usarlo cuando nos sentimos incómodas, invisibles o rotas.

¿Cómo encontrar estilo en medio de la confusión corporal? ¿Cómo florecer en un cuerpo que sentimos ajeno? Hay cuerpos que cambian después de una maternidad —yo estoy amando el mío—, otros después de una enfermedad —también pasé por ahí—, de un duelo, una pausa emocional o simplemente porque así es vivir: cambiar, desacomodarse, transformarse… Y sin embargo, hay una presión casi imperceptible de “volver a ser”, como si ese cuerpo anterior fuera una meta, no una etapa.

Esta columna no tiene como propósito celebrar el cuerpo “a pesar de todo”. Porque eso también es una trampa. No vine a decir “acepta tu cuerpo aunque no sea perfecto”, es más bien: este es tu cuerpo ahora mismo y no necesitas excusas para habitarlo plenamente. La conversación sobre la aceptación y la diversidad corporal existe, pero en muchos espacios ha sido absorbida por la misma lógica estética que intenta cuestionar.

Se habla de amor propio con filtros, se celebra la diversidad con patrones y etiquetas. Hay quienes se sienten culpables por no amarse todo el tiempo, como si el único camino válido hacia la seguridad fuera la euforia corporal. Y eso no es justo. Habitar un nuevo cuerpo no debería implicar renunciar a nuestro estilo —ya lo he venido diciendo—; al contrario, puede ser el momento más honesto para redefinirlo.

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Elegir prendas que no solo “queden”, sino que expresen; prendas que abracen lo que antes intentábamos ocultar, que nos devuelvan el poder de decir: “así me siento hoy, y me visto en consecuencia” — como yo, que me siento más sensual que nunca—. Estilo no es silueta, es historia. Y muchas de nosotras estamos escribiendo una nueva. Recuerdo a una amiga que después de una cirugía que le dejó una gran cicatriz en el abdomen, se compró un top corto por primera vez en su vida.

No fue un acto de rebeldía ni una reivindicación en redes; fue algo muy íntimo, silencioso, propio: «Quiero que mi ropa hable bien de mí, no de lo que quiero corregir», me dijo. Esa frase se me quedó grabada. No todas las mujeres se sienten cómodas hablando de estos temas; algunas no saben por dónde empezar y está bien. A veces basta con preguntarse frente al clóset: ¿Me estoy vistiendo para encajar o para aparecer? ¿Estoy cubriendo o mostrando? ¿Estoy castigando o celebrando?

La moda, cuando se vive desde el castigo, puede convertirse en una prisión con lentejuelas; pero cuando se vive desde la conciencia, puede ser una puerta hacia el florecimiento. Te invito a mirarte con menos juicio y más curiosidad. A repensar lo que el estilo puede significar en un cuerpo cambiante; a elegirte, incluso cuando no te entiendas del todo. Tal vez no se trata de volver a ser quien eras, sino de permitirte ser quien estás llegando a ser.


Con amor, Helena.


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