Hubo un verano en el que me enamoré de la mesa. No del mantel ni de las flores… de la mesa como idea, como espacio, como manifiesto. Me di cuenta de que poner la mesa era una forma de contar algo de mí sin hablar, de crear belleza sin grandes planes, de invitar a otros a entrar en mi mundo aunque fuera solo por una comida.
Antes, organizar una cena era una excusa para abrir vino y probar recetas nuevas. Ahora, es un ritual de estilismo emocional. Pienso en las texturas, en el color de los vasos, en si las servilletas de lino deben ir con nudos o con argollas de cerámica. Me obsesiono con qué plato va mejor con la ensalada caprese. Me pregunto si una fuente en forma de hoja dice algo de mi estado de ánimo.
Y es que el verano tiene ese efecto: alarga los días, afloja las normas, vuelve todo más sensorial. De pronto, una mesa al aire libre se convierte en un escenario. Un set para pequeñas escenas de placer: cortar fruta jugosa, dejar que la copa sude sobre la mesa, servir pan en una canasta tejida. Lo mediterráneo se vuelve aspiracional. Lo orgánico, un lujo silencioso.
¿Por qué todas las vajillas ahora parecen recién salidas de la naturaleza?
Porque la naturaleza también es lujo. Este año, los platos se convierten en hojas, los bowls en conchas y las fuentes en pétalos de cerámica. Comer sobre una flor no es solo poético, es visualmente irresistible. Y si lo acompañas de un mantel crudo, copas de cristal opaco y una playlist con ritmo de olas, no necesitas mucho más. Ni siquiera postre.

¿Y si el blanco no fuera aburrido, sino poético?
El blanco sigue siendo un clásico. Pero como todo lo clásico, también puede ser seductor. Este verano llega con bordes irregulares, esmaltes imperfectos y detalles que parecen pintados a mano en una mañana de calma. Son piezas que no gritan, susurran. Que no buscan likes, pero igual los obtienen. Que no combinan… pero hacen match.

¿Sigue el mar dictando tendencia?
Spoiler: sí. Y no solo en moda o perfumes. El mar invade la mesa en forma de corales, langostas ilustradas, estrellas de mar y tonos que parecen recogidos de la arena. La nostalgia marina se vuelve arte de mesa. Lo vintage coquetea con lo kitsch, y juntas crean algo completamente nuevo. Algo que te dan ganas de servir con ostras, pero también con una pizza.


¿Y si la decoración fuera más sobre actitud que sobre protocolo?
Lo entendí una tarde de verano, cuando una amiga me dijo: “Tu mesa siempre parece una escena de película italiana.” Y no era por los objetos en sí, sino por cómo estaban puestos. Porque nada estaba perfecto, pero todo tenía intención. Un bowl de limones. Una vela medio derretida. Un plato nuevo entre piezas heredadas. Lo inesperado es lo que enamora.
¿Cuál es la cerámica que te obsesionará este verano?
Cualquier pieza que te haga sentir en la Costa Amalfitana… aunque estés en tu departamento. Desde melamina con estampados cítricos hasta fuentes en forma de sardina hechas de gres. Mezclar lo duradero con lo deseado, lo práctico con lo poético. Y siempre, siempre, tener una pieza nueva que te haga sentir que el verano empieza en mi mesa.

No se trata de servir una cena perfecta. Se trata de poner la mesa con intención, con diseño, con alma. De invitar a otros a sentarse contigo… y tal vez, también, a conocerte un poco más.
Porque así como hay vestidos que te empoderan, también hay vajillas que te definen. Y esta temporada, la mía tiene forma de hoja, copa verde y sabor a limonada con hielo.