La moda, como sabemos, no es solo vestimenta y apariencia, sino una expresión
temporal del ahora, una lógica del momento. Eso es una moda, decimos cuando
algo súbitamente se pone de moda, es el chispazo de algo que, al estar presente en
varios sitios, ilustra la esencia de una época.
Indudablemente, 2025 inició con una moda: Debí tirar más fotos, el disco de Benito Antonio Martínez Ocasio, El Conejo Malo. Velozmente, llegaron las grandiosas estadísticas: número uno en países inesperados, liderando las plataformas digitales. Caudales de comentarios en las redes, videos alegres de personas bailándolo, una efervescencia colectiva unida por los beats habituales del reguetón, fusionados con bomba, plena y salsa.
Mientras estas palabras se escurren en la página en blanco y son vistas y leídas con sus miradas, ya todo se habrá dicho sobre este álbum que encierra una revolución, nada menor, porque vuelve a colocar a Benito en su lugar como sujeto que se sabe y se afirma caribeño. Para nutrir sus narrativas visuales, consultó al historiador Jorell Meléndez-Badillo, académico especializado en la historia de Puerto Rico, Latinoamérica y el Caribe de la Universidad de Wisconsin.

temporal del ahora, una lógica del momento’. Vanessa Rosales: ‘las lecciones de Benito’.
En el video de Baile inolvidable —que se sitúa en la alegre sonoridad de la salsa— aparece un Benito con traje azul cielo y gafas grandes, como si referenciara el estilo emblemático del intérprete puertorriqueño Héctor Lavoe, El Cantante. Su nueva producción refleja consciencia.
En 1978, en el álbum Siembra, Rubén Blades, junto a Willie Colón, canta: ‘usa la conciencia, latino, no la dejes que se te pierda, no la dejes que muera’. Ahora, Benito canta: ‘Willie Colón, me dicen el malo’, y también: ‘no sueltes la bandera ni olvides el lelolai’, un verso usado por los jíbaros cantantes, entre ellos, el gran Lavoe.
Varias canciones, así como el cortometraje de doce minutos que acompaña el álbum, abordan la situación de Puerto Rico, con sabroso humor. Narran temas que, en lo teórico, se conocen como gentrificación o gringuificación —de manera más coloquial—, un fenómeno sociourbano que se ha expandido en ciudades como la mía, Cartagena de Indias, o Medellín, otro enclave popular del reguetón.
Luego vendrían otros anuncios y gestos: Benito cantando —como ha hecho en muchas ocasiones— para la gente y en su propia tierra; pero esta vez, acompañado de un anuncio de una residencia local que, al parecer, ya agotó ventas. Muy distinto a lo que sucedió hace unos meses con la canción +57 en colaboración con varios
artistas, como Karol G, Maluma y J Balvin, entre otros.
“No se trata de que Bad Bunny sea un campeón de la innovación…”
Es precisamente la lógica del fashion —con su imperativo por la novedad— lo que exige o busca cualquier acto creativo. En mi mirada —que no pretende analizar las innovaciones del álbum en el ámbito del reguetón—, lo maravilloso de esta producción está en, primero, que es su ‘gran muestra de consciencia’ y, segundo, lo que puede significar por la situación coyuntural en el que se lanza, justo antes del segundo ascenso de Donald Trump a la presidencia y después de que uno de sus
adeptos dícese: ‘hay, literalmente, una isla flotante de basura en la mitad del océano en estos momentos. Creo que se llama Puerto Rico’.

Por tanto, hay una gran potencia simbólica cuando Benito aparece en una estación de tren de Nueva York, junto a Jimmy Fallon, introduciendo en su programa, la palabra “parranda” en la mirada estadounidense. Ya antes lo había hecho cuando trasladó a Fallon a Puerto Rico y grabaron en las calles una canción de otros de sus discos. Con su nuevo álbum, Benito se retrata también como el joven que, como todas nosotras y nosotros, sufre por amor. Es una oda al despecho con sabor.
Ciertamente, como nos enseñó la salsa y el mismo Héctor Lavoe, nos pone a bailar el desamor. Y allí se presenta otro rasgo de su consciencia: en el Caribe se le pone sabor a la aflicción —precisamente en el desarraigo y despojo— porque esa ha sido una de las formas de resistencia. Tristeza alegre, sabrosura en el sufrimiento; la vida es eso, dualidad. Cuando algo se vuelve tendencia es porque expresa cosas que caldean, suceden y encuentran un modo particular de canalización.
La experiencia de sufrir por amor es universal: la de estar en la noche, buscando vivir y estar, y —al mismo tiempo— en profunda conexión con una ausencia. En este aspecto se ha enfocado infinitas veces la fuerza de la música. Es por eso que Debí tirar más fotos, sus videos y sus expresiones promocionales tienen varios mensajes que la industria de la moda latinoamericana —y en especial la colombiana— debe tomar en cuenta, principalmente, la consciencia del propio contexto: canciones como Lo que le pasó a Hawái y La mudanza son reflejo de lo que dijo Benito en una entrevista: ‘no quiero vivir en una burbuja’.
No se trata de que Bad Bunny sea un campeón de la innovación, una figura impoluta o perfecta; sin embargo, hay algo radiante y luminoso en sus gestos porque llevan consigo un espíritu de resistencia, la cual, como tantas cosas, no es perfecta ni impecable. Primero la gente, el pueblo, no lo extranjero; primero la memoria de lo nuestro, no la invasión del consumismo sin tregua.
La resistencia de este álbum hace florecer narrativas que son relevantes cuando en Estados Unidos ha empezado la persecución de latinoamericanos; cuando Puerto Rico, Medellín y Cartagena son el patio trasero de un capitalismo voraz que borra los contornos del recuerdo. ¿Acaso, en Cartagena, un lujoso Four Seasons no desplazó al icónico lugar salsero Quiebracanto, destituyendo toda posibilidad de quedarse como una reminiscencia de sus históricos teatros?
Uno de los elementos visuales que más se ha celebrado de esta nueva producción es su portada. El verdor caribeño, un patio, las sillas plásticas… Es el espacio donde se encuentra la gente, se conversa, se celebra, se toma el fresco. Cuántas fotografías de lugares tan distintos se difundieron en las redes sociales mostrando similitudes con esa aparente postal de sencillez. Aquí hay un tremendo potencial para la moda:
reconocer la esencia de lo propio, dinamizar las propias fuentes, ubicar y hacer trabajo de archivo local.
El álbum inicia con Nuevayol, usando ese slang puertorriqueño como defensa de lo propio y que no busca ser comprendido por los angloparlantes. La canción nos recuerda que la salsa —metáfora de las identidades latinas— nació en Nueva York, en el barrio latino, en el crisol de la migración latinoamericana; en otras palabras, surgió en la extremidad del barrio, de haberse aferrado a referentes que estabilizaran la experiencia al desarraigo.

A finales de la década de los sesenta, Johnny Colón le cantó a ese barrio, en inglés, pero en clave de salsa y bugalú: My dear barrio, dice, nombrando un punto, evocando aromas y cocinas maternas. Y allí está el chispazo de Debí tirar más fotos. Bad Bunny renueva, en múltiples generaciones y personas, la confluencia cultural que representa la salsa, incorporando bomba y plena. Las canciones de salsa del álbum fueron compuestas por estudiantes de música, demostrándole a la moda —a manera de misiva— que la magia creativa sucede en colectivo, realzando la memoria y la nostalgia.
Varias personas jóvenes me han dicho que asocian esos ritmos, de salsa brava, dura y deliciosa, con sus padres; cuántos de nosotros la amamos porque se escuchaba
en la radio de nuestras casas. La salsa tiene esa cualidad magnífica e improbable: unifica todo tipo de extracciones sociales, geográficas, económicas. Para algunas personas, este género caribeño representa la nostalgia de una época donde se bailaba en casa, durante las fiestas; para otras pertenece a su linaje, es algo que les da identidad latina en la era digital.
El gran mensaje que deja el reciente disco del “Conejo Malo” para la moda está en la fuerza de lo político. Como industria, la moda siente miedo de lo político, comprensible en Latinoamérica, donde las divisiones son inclementes. Pero los gestos imperfectos de Benito nos recuerdan que lo político no está únicamente en quiénes elegimos para el gobierno, en las facciones o corrientes que se oponen, sino también en la consciencia del contexto, la arqueología en los propios iconos, el amor por los bienes tangibles e intangibles que nos evocan el lugar de origen, la subjetividad caribeña, la resistencia desde la memoria, el uso de los referentes que
sobreviven el tiempo.
Ojalá esta moda bonita —de goce y baile; de perreo, salsa, bomba y plena— inspire a la moda sobre cómo lograr bellezas similares a las del álbum de Benito.
Por: Vanessa Rosales A.