Del 20 al 22 de mayo, Bogotá se consolidó como epicentro del sistema moda colombiano con la celebración del Bogotá Fashion Week (BFW). Este programa de la Cámara de Comercio de la ciudad —bajo la dirección de Rebecca Herrera— alcanzó su mejor versión hasta la fecha.
Durante tres días, la capital colombiana ofreció un formato integral que incluyó accesos de marketplace, wholesale, circuitos de conversaciones académicas gratuitas liderados por la plataforma Latinness, pasarelas de diseñadores emergentes y principales, además de colectivos que reunieron talentos destacados en una sola pasarela.
Escribo estas palabras con cierta premura, pues, tras vivir el BFW de principio a fin y como observadora comprometida con el análisis crítico del sector de la moda y su evolución, puedo afirmar que me sentí profundamente satisfecha y orgullosa de la ciudad, del circuito y de quienes integran el sistema de moda colombiano.

La entrega y pasión de los asistentes fue evidente: creadores desarrollando sus looks, generadores de contenido documentando cada momento, así como participantes asistiendo a las charlas y haciendo fila con criterio para los desfiles gratuitos — reclamando sus entradas donde había oportunidad—. Especialmente destacó la participación de estudiantes completamente involucrados en cada actividad.
Esta madurez del evento me provocó una felicidad absoluta y genuina que compensó el cansancio de las jornadas intensas. El BFW, que ha existido por varios años, finalmente despertó de manera contundente, demostrando cómo la metrópoli comprende y valora su sector moda.
Talentos sobresalientes en las pasarelas
Entre las firmas que destacaron se encuentran Papel de Punto, Bahamamama, Cemadier y La Petite Mort —acompañados de Marie Claire en su desfile— quienes continúan experimentando maravillosamente con el vestir, la sastrería y la evolución de vivir en el trópico.
Cemadier representa experimentación absoluta: el genio de lo ecléctico, lo inesperado y la esencia de sentir la moda desde todos sus ángulos. Papel de Punto propone una perspectiva naíf, donde todo es posible y flexible, alcanzando nuevas fronteras creativas. Bahamamama presenta un swimwear rebelde y juguetón que trasciende la riqueza del trópico y las playas colombianas en el imaginario colectivo.
Momentos memorables
Entre las grandes pasarelas que experimenté de principio a fin, destaco con entusiasmo el regreso de Isabel Henao, con su experta percepción de la feminidad y su capacidad para hacer sentir maravillosa a cualquier mujer.
Puente, el proyecto que involucra los sectores de San Victorino y El Restrepo, demostró ser un éxito, al integrar uno de los gremios más importantes del sistema moda con su narrativa en las pasarelas, la creación de sus colecciones y los negocios que emergen de él. Además, acompañados con la música de la banda colombiana TIMØ, presentó sus colecciones que viajarán a Nueva York y Madrid.
También me llamó la atención la magia del colectivo emergente Curuba, que destacó con su propuesta de knitwear al jugar con el estilismo y el género, ofreciendo nuevas visiones del tejido en una colección urbana en tiempos modernos. Cristian Tula —un diseñador cuya presentación esperaba con gran entusiasmo, tras haber tenido el privilegio de lucir una de sus piezas en la Paris Fashion Week de febrero— regresó con una propuesta fresca: una masculinidad desde otra perspectiva auténtica y atemporal con su propio estilo, con piezas que me evocaban el COS del trópico pero con una construcción superior y sensibilidad especial.
Laura Aparicio presentó su mujer de “madera madurada”, generando una profunda emoción. Cala de la Cruz continuó su investigación magistral de lo cool dentro de lo resort. A Modo Mío ofreció una emotiva presentación en homenaje al padre de Francesa Sesana, su directora creativa, quien falleció antes de ver la colección.
Sixxta y su colaboración con Falabella, el colectivo artesanal y las piezas fabulosas de tejidos Rebancá presentaron combinaciones de jeans con zapatillas de ballet que ya quisiera vestir. Palmacea mostró su visión de lo cool y lo minimal, mientras Mayorga y Anthias exploraron lo sabroso del trópico. Palma Canaria presentó su mujer dorada, metalizada y tejida: una diosa tropical que grita I’m the hostess en cualquier contexto mundial.
El cierre brillante: Cubel
La clausura del evento, a cargo de Cubel, fue espectacular y conmovedor. Esta firma presentó una propuesta tan única que aún me cuesta describirla con palabras. La audiencia, vestida según un código de vestimenta distintivo, parecía formar parte de una comunidad unida. La expectación era tal que una multitud se agolpaba para entrar a la pasarela, lo que me llevó a bromear internamente comparándolo con la emoción de un concierto de Bad Bunny.

La colección demostró dominio de la artesanía urbana con precisión, pasión y maestría. Este diseñador comprende el pulso de su tribu como su intención principal: chaquetas, chalecos y piezas con volúmenes que hablan de protección, herencia y la moda como hogar. Su trabajo refleja el latir de una comunidad donde el tejido se convierte en el lenguaje de la memoria. Con cada look se escucha en la música: “Guardianes del saber, como un telar que guarda su memoria…” La ruralidad como punto de partida y el mensaje de labrar la tierra con manos sabias, tal como Cubel ha hecho con su comunidad.
Networking y celebración
Finalmente, los afterparties añadieron un componente de networking y disfrute muy poderoso, similar a los formatos de Nueva York, París o Milán, pero que no se había institucionalizado en Bogotá.
Gracias a Alina Vélez, su agencia y el apoyo de marcas importantes, fue posible crear un encuentro integral, logrando tejer de principio a fin la narrativa de la moda bogotana. Un ejercicio estimulante y espectacular que nos deja expectantes para la próxima edición
¡Hasta el próximo año, Bogotá Fashion Week!
¡Mucho amor y sabrosura pura, su latingal, Beli!
Por: Ana Beliza.