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Moda y educación

Moda y educación

Moda y educación

La moda fabrica historias y levanta mitos. Para el pensador francés Roland Barthes —quien dedicó parte de su obra a analizarla teóricamente— un mito es un discurso que contiene narraciones y creencias cuyos signos mezclan lo real y lo fabricado. Quisiera referirme a dos que marcaron las tendencias de los 2000.


Primero, los Seis de Amberes (The Antwerp Six), un séquito de creadores belgas a quienes se les adjudicaba el término “vanguardista”: Walter Van Beirendonck, Ann
Demeulemeester, Dries Van Noten, Dirk Van Saene, Dirk Bikkembergs y Marina Yee, egresados de la Royal Academy of Fine Arts.

En 1986, cuando apareció este clan creativo trajo consigo una colisión única. Sus diseños reflejaban la rebelión y anarquía de la década de los ochenta, época marcada por el desempleo, los bombardeos, la pandemia del sida y un gran descontento social.

Como señaló la periodista Hannah Rogers, su moda servía como medio de expresión y de escapismo. Convoco este mito porque la escuela de Amberes era
conocida por promover la creatividad riesgosa, sin limitaciones comerciales (Martin Margiela se graduó con ellos también).

Moda y educación
La moda fabrica historias y levanta mitos. Cortesía de Freepik.

En esa misma época, Londres —donde el clan se presentó por primera vez— era
un hervidero de expresiones diversas. Las tendencias bullían en lo clandestino,
reinaban las subculturas y el espíritu de “hazlo tú mismo” incentivaba la audacia
y rebeldía. Aquí surge el segundo mito que evoco para destacar la conexión entre moda y educación: la mística de Central Saint Martins, alma mater de Alexander McQueen, John Galliano, Phoebe Philo, Stella McCartney, Christopher Kane, Mary
Katrantzou y Riccardo Tisci.

En 2021, el doctor Ben Barry, decano de Parsons School of Design —otra escuela mítica—, publicó “Cómo transformar la educación de la moda: un manifesto para la equidad, la inclusión y la descolonización” en una prestigiosa publicación de los fashion studies. Ya antes, desde la escuela canadiense de Ryerson (hoy, Toronto Metropolitan University), Barry había abordado temas similares en Business of Fashion, señalando cómo la educación moldea a la industria.

La moda es un oráculo de su tiempo. La escuela de Amberes, con sus siluetas que deconstruían lo “masculino” y lo “femenino”, refejaba la atmósfera de su lugar y tiempo: los ochenta cuestionaban todo sobre el género, su aprendizaje y performance. Asimismo, los diseñadores formados en Londres plasmaban en sus invenciones la historia y el pulso eléctrico de la clandestinidad nocturna y juvenil.

El manifesto de Barry ha trascendido a la actualidad, cuestionando si la industria de lo fashion es más consciente y conectada con la justicia social. Esto nos lleva a preguntar: ¿cómo se está educando en moda en Colombia? ¿Qué enfoques recibe la juventud que aspira a forjar este mundo? ¿La industria se vincula con estos tópicos?

El contexto define la moda y en Latinoamérica es rudo en ciertos segmentos: no todas las personas acceden a cierto tipo de instituciones, algunas deseaban llegar a los pasillos de esas míticas escuelas. Para mí, haber logrado estudiar en Parsons fue revolucionario, como pensadora y mujer, considerando que muchas nos relacionamos con la moda desde el relato europeo y norteamericano.

Aunque lo latinoamericano conversa y negocia con el fashion del norte global, nuestras preguntas, condiciones y definiciones requieren un ajuste constante a nuestro contexto.

Mitos que marcaron las tendencias de la moda de los 2000. Cortesía Freepik.

Debemos cuestionar cómo se siente la juventud ante su formación en moda y qué margen existe para su participación. Es paradójico que un sistema que busca lo nuevo sea a veces tan hermético, endogámico, uniforme y conservador. La moda puede ser multifacética, aunque en sus versiones más ariscas tiende a gravitar en torno a un minúsculo círculo de personas.

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La industria necesita sincronizarse con la educación y ampliar sus fuentes, nutrirse de las humanidades y de las ciencias sociales y vincularse con las circunstancias sociales, como lo demostraron los ejemplos de Amberes y Londres. Es vital incorporar perspectivas como las del doctor Barry, y también reconocer que Colombia y Latinoamérica generan conocimiento desde su contexto propio.

Nuestras inquietudes sobre justicia, inclusión, consciencia y belleza deben alimentarse de nuestros paisajes. Un mercado más amplio es más rico material y simbólicamente. ¿Estamos educando para diversificar las profesiones y fortalecer el ámbito laboral de la moda? ¿Consideramos los distintos oficios que puede surgir en este medio? ¿Vinculamos educación e industria para multiplicar empleos?

Conjuro con estas líneas, provocar preguntas más que ofrecer respuestas. Los mitos del fashion mencionados reflejan del poder de la educación. Allí hay un terreno, pues la moda requiere múltiples saberes, formas, voces y prácticas para vivir.

En mi mirada resplandece esa esperanza: puentes entre campos y disciplinas diversas, una industria atenta a las movidas de las escuelas, nutrición recíproca entre ambas esferas y cuestionamientos incómodos sobre la formación en diversos contextos. En mi mirada hay un faro que ilumina hacia dónde puede moverse la moda y su aprendizaje en Colombia y Latinoamérica.


Por: Vanessa Rosales A.


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